Estoy sentada frente a
la ventana en ese lugar común de mirar hacia atrás, unas semanas,
unos meses. Ese lugar donde se mira como espectador la propia vida,
como una película que protagonizamos o no protagonizamos...la cosas
es que estamos viejos; así me digo cuando sumo el tiempo pasado.
Entonces abro la bolsa de pasitas con chocolate, otra ridiculez
infantil.
¿Será que toda la
vida miraremos así? ¿O es solo la desazón que aparece cuando las
cosas cambian? ¿Cambiar? ¿Algo cambia realmente?¿O resulta que
todo cambia y uno permanece inmóvil? Como dijo Teillier “Si el
mismo camino que sube es el que baja lo
mejor es mirarlo
inmóvil desde una
ventana”
o será que cuando
estamos viviendo, viviendo de verdad, no esperando, evaluando sino
viviendo no tenemos ventana suficiente para ver pasar las cosas...
Mirar la vida que pasó
como una película es como una queja contra la nada, que ejercicio
mas absurdo. Es el anzuelo justo para la nostalgia y la melancolía,
ese aderezo que le ponemos al sentido de existir. Ese juego infantil
que es como recoger las conchitas que tiró la ola, para hacer
collares, pequeños monumentos del pasado, esa constatación de que
realmente pasó...que hubo tiempos mejores.
Sin embargo sonreímos,
sonrío, ante el accidente de lo que se recuerda, cuando el
pensamiento da una curva inesperada y nos pone frente a las cosas que
alegran y se meten ahí a espantar las imágenes que traemos por la
obligación de la tristeza.
Lo cierto es que no
podemos detener el rodaje, la película sigue mientras pretendemos
observarla.
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