martes, 27 de marzo de 2012

De los días de primavera

La ciudad es grande y uno no. Uno es como una hormiga escabulléndose entre los vagones del metro. Yo soy un acento raro hablándome para adentro, contándome una historia inventada sobre el porvenir. La ciudad tiene ruidos violentos, las bocinas, las ambulancias, los niños que venden audífonos para el ipod. Todos tienen rostros, todos saben hablar. No distingo a nadie ni me distinguen.  Vivo hace tanto tiempo en esta  ciudad que a ratos me hace suya, a ratos no hay extrañeza entre mi acento  raro y las grabaciones de los compradores que pasan afuera de mi departamento viejo, mi casa. A veces mi casa es mi casa, por osmosis, o porque se me olvida venir de un lugar lejano.  A veces el boxeo en la televisión y los videos de youtube me resultan familiares. A veces me olvido a donde voy porque la ciudad me lleva  a alguna oficina de migración, a algún banco, a algún bar. El olor a café me recuerda algo profundamente desconocido, aquí huele a café recién hecho y los muchachos se besan con los muchachos en el zócalo. No hay perros callejeros a la vista, por lo que a veces te sientes solo, a pesar de tanto ser humano con un acento normal que les habla hacia adentro. Quiero saber cuál es mi destino, por eso me dejo leer la mano, me dejo leer las arrugas, me dejo leer los cuadernos que lleno de palabras con acento raro, ininteligibles. Es que esta todo lleno de tanto, de tantas imágenes, de tanta esperanza en el porvenir que me siento perdida, en el metro en la calle, en todos los barrios que conozco. Me gustaría encontrar una mujer igualita a mí, subirme al metro y encontrar a alguien con su acento normal, igualita a mí, hablándose hacia adentro. Contándose a sí misma, con total alegría, que nada tiene demasiado sentido.