sábado, 20 de octubre de 2012

Que no me amen más los muebles de mi cuarto,
Que se desintegren en el oficio de las polillas.

miércoles, 18 de julio de 2012

El niño muerto



Como el siervo arrojado del jardín del edén junto con Eva,
Como niño que debe amar desde el principio,
Amarlo todo,
Y Reservar el amor
-Mientras la vida-
Como el mejor de los vinos,
Se guarda
Para ser brindado
Solo el día en que sea insuperable,
Solo el día que sea inhumano.
                -divino entonces-
Y debería morir el siervo
Ahogado entre los humos del carbón,
Debería morir como una mujer dando a luz,
Como un hombre que es aplastado por su ganado,
Bajo la sombra de un roble que se viene abajo,
Debería morir de enfermedad
De dolor
De infección
Entre las llamas de la choza campesina.
Debería morir el ciervo
Expulsado del camino
Por una caravana de automóviles azules.
No en una balacera
No de arma
No de cuchillo
No de esperanza.


miércoles, 30 de mayo de 2012

ACTO DE FE (alguna vez escribí esto)




Tengo miedo de hundirme en la cama y morirme de pena
Tengo miedo que todo sea cierto
Tengo miedo  de que todo sea mentira
Tengo miedo de tener una enfermedad psicológica
Y miedo de ser exagerada
Y miedo de tener la razón
Y luego perderla
Tengo miedo de las calles oscuras
De que me dejes
De que me olviden.

Tengo miedo de haberlo inventado todo
Tengo miedo de ser dramática
Tengo miedo de ser honesta
Tengo miedo de ti
De mi
De mi gato
De mis recuerdos
Tengo miedo de mi país
Tengo miedo de mi memoria
Tengo miedo de hundirme en la cama
                                               Y morirme de pena.

viernes, 27 de abril de 2012

De la memoria y otros objetos



Un tiempo donde se abraza el vacío.
Hay tantos nombres grabados atrás,
Días de sombra y de sol,
Unos traen un cuerpo abierto a las sonrisas,
Otros la posición infame de sostenerse la cabeza.

Y se es memoria y olvido
Lo que pasa inadvertido por las puertas de la casa de la infancia
Las pisadas fuertes sobre un piso de madera.
La memoria nos precipita hacia un futuro vacío de certezas
¿Para qué tanta melancolía?
Las promesas de este día presente solo nos llevan hacia atrás
Y no es anhelo
O lo es.

La luz de esta hora
Nos invita a abrazar el vacío
Y parece tristeza
Y no lo es.
Tantos nombres grabados
Atrás
En nuestro pasar por las cosas
¿Será que quieres comprender el camino?
¿Será que quieres ver?
Por eso escribo
Escribo para ver.

miércoles, 18 de abril de 2012

Las mil y una noches


Desde muy pequeña sufrí de una inquietud espantosa, esta iba más allá de comer gusanos o pasteles de lodo, solía experimentar con todo lo que encontraba, lo que me llevo a lastimarme muchas veces. La primera fue a los tres años, cuando hurgando en la estufa con un palo, me derrame agua hirviendo sobre la pierna izquierda; era invierno, por lo que llevaba unas medias de lana y botas para el frio, lo caliente del agua hizo que la piel se adhiriera a la media y mi madre al retirarla, desesperada, con mi cuerpo bajo la regadera, también retiró la piel. De ahí hospitales para niños quemados, y una cirugía de injerto de piel desde el muslo hasta el empeine, curaciones escabrosas, una cicatriz en forma de cuadrado en el muslo derecho y un bulto de piel sobre el empeine, además de la premonición de una cojera que en su futura aparición habría de ser reparada. Ahí comenzó mi vida.
Todas las noches mi padre untaba su mano con aceite de rosa mosqueta y la ponía sobre la cicatriz  de mi pequeño  pie, el dolor no se recuerda, solo el olor dulce de ese brebaje sureño que habría de menguar la marca que propino mi primera imprudencia. El dolor no se recuerda. Solo la voz y la sonrisa de papá, que para distraerme de la fatídica curación me contaba pequeños cuentos que salían de su cabeza. Fueron las mil y una noches donde me inventó el mundo, las historias no se acababan porque él me pedía proponer los personajes, las circunstancias, los nombres y entonces fabricábamos aventuras de animales y hombres magníficos, que se prolongaban noche tras noche bajo las curaciones con olor a rosas.
No sé cuántos años duraron las curaciones en mi pie, pero la espantosa inquietud no pudo remediarse, me lastimé mil y una veces más y me obsesionaron las historias hasta siempre. He de confesar que nunca he vuelto a ver tal dedicación en un ser humano por una cicatriz, la dedicación de mi padre hacia mi pequeña marca era infinita; quizá el aceite de rosa mosqueta solo era el vehículo mágico para caer en un mundo por inventar, quizá sus vapores eran los únicos capaces de hacernos transfigurar en graciosos animales dotados de alas y cuernos, que podían volar y vivir bajo el mar. Yo estuve en el paraíso.
No sé cuándo se acabaron las noches de cuentos, solo sé que esta noche, mientras pongo unas gotas de aceite de rosa mosqueta a una nueva herida provocada por mi espantosa inquietud, siento resonar las palabras de papá en el aire pidiéndome contarle una historia...
Por cierto, la cicatriz del pie casi desapareció y los médicos quedaron desacreditados en la predicción de mi cojera futura, ella nunca llegó…

martes, 27 de marzo de 2012

De los días de primavera

La ciudad es grande y uno no. Uno es como una hormiga escabulléndose entre los vagones del metro. Yo soy un acento raro hablándome para adentro, contándome una historia inventada sobre el porvenir. La ciudad tiene ruidos violentos, las bocinas, las ambulancias, los niños que venden audífonos para el ipod. Todos tienen rostros, todos saben hablar. No distingo a nadie ni me distinguen.  Vivo hace tanto tiempo en esta  ciudad que a ratos me hace suya, a ratos no hay extrañeza entre mi acento  raro y las grabaciones de los compradores que pasan afuera de mi departamento viejo, mi casa. A veces mi casa es mi casa, por osmosis, o porque se me olvida venir de un lugar lejano.  A veces el boxeo en la televisión y los videos de youtube me resultan familiares. A veces me olvido a donde voy porque la ciudad me lleva  a alguna oficina de migración, a algún banco, a algún bar. El olor a café me recuerda algo profundamente desconocido, aquí huele a café recién hecho y los muchachos se besan con los muchachos en el zócalo. No hay perros callejeros a la vista, por lo que a veces te sientes solo, a pesar de tanto ser humano con un acento normal que les habla hacia adentro. Quiero saber cuál es mi destino, por eso me dejo leer la mano, me dejo leer las arrugas, me dejo leer los cuadernos que lleno de palabras con acento raro, ininteligibles. Es que esta todo lleno de tanto, de tantas imágenes, de tanta esperanza en el porvenir que me siento perdida, en el metro en la calle, en todos los barrios que conozco. Me gustaría encontrar una mujer igualita a mí, subirme al metro y encontrar a alguien con su acento normal, igualita a mí, hablándose hacia adentro. Contándose a sí misma, con total alegría, que nada tiene demasiado sentido.