lunes, 23 de junio de 2014
miércoles, 11 de junio de 2014
Yo sugiero la extracción
La introducción es burda, pero necesaria para el entendimiento de este relato.
I
Desprenderse, esa era la palabra, rondaba entre las conversaciones de los adultos, en los baños de mujeres que se prestan el maquillaje, entre las estudiantes de uniforme en el vagón del metro, mas tarde en el café con los amigos.
Separarse, desapegarse...¡tanta teoría!, tantas palabras volcadas al respecto. Parecía una cosa sería,- y es que no puede avanzar si uno no se separa de las cosas que se han ido-. No sirve dormir con la luz prendida, ni hacer grandes hogueras con restos de objetos a los que se les da tanta importancia como si fueran las personas mismas. No sirve recrear en la mente escenas de asesinato, no sirve empujarlos al río con los ahogados.
Sin embargo, cuando creía que nada podía ser peor, sufrí mi episodio de desprendimiento. Me está doliendo en el lado derecho de la cara, también sangra, con constancia , y mantiene un dolor pequeño que no se ausenta.
II
12:00 pm, la sala del dentista, una esperada cita para continuar el proceso de endodoncia de mi molar derecho; la pobre muela no había sobrevivido íntegra al embate de ese aparato ruidoso que escarba y agujerea, se había roto, y tenía pocas esperanzas de ser salvada.
La tranquilidad que otorga el sentir que se hace lo correcto, que uno se hace cargo de uno mismo, me llevó, casi sonriente, a la silla del dentista. Después de una breve charla sobre posibilidades y buenas decisiones, el señor de bigote procedió a hacer su evaluación, y con una pequeña plaquita radiográfica dio sentencia de muerte a mi amado molar derecho-es mejor extraerla- dijo. -La endodoncia puede salir mal- dijo. -quizá gaste mas dinero- dijo. -yo sugiero la extracción.
Silencio sepulcral
-¿no hay nada que hacer?- pregunté. -puede arriesgarse- pero será un proceso largo y costoso, y no le podemos garantizar que de buenos resultados. La historia de mi vida- pensé- tantos pinches procesos largos y costosos sin garantía de buenos resultados.
-Sáquela-
-¿está segura?
-¿por qué me vuelve a preguntar?-
-Es una decisión difícil-
-No quiero que me la saque, pero usted dice que es lo mejor, ¿no?
-Sí...por protocolo debía preguntar otra vez
(yo asiento con la cabeza)
Me recliné en la silla, las manos sobre el abdomen, mientras veía entrar una a una las herramientas de tortura que el joven ayudante depositaba en la mesita metálica. La luz sobre la cara, que a esas alturas me parecía la luz del túnel que nos lleva al mas allá.
Una inyección que aguanté estoica, luego otra y el labio se iba durmiendo, luego una mas grande, metálica y terrorífica, directo en la víctima, sin darme tiempo de despedirla.
-¡No cierre los ojos!
¡Mierda!, pensé -¿además tengo que presenciar como mete esa aguja gigante en mi boca?-
Recurriendo a la única parte no ansiosa de mi existencia comencé a respirar lentamente para mantener el control, mientras le sonreía al dentista con lo ojos y el aparato succionador retiraba la baba y la anestesia amarga derramada en el procedimiento.
-Vamos a empezar-dijo. -¿estas lista?- asentí como pude pensando- ¡no, no estoy lista!, ¿como se puede estar lista para esto? ¡no quiero que me saque la muela señor! ¿alguien lo va a notar? ¡si, todo el mundo lo va a notar! ¡no saldré nunca mas a la calle!-
Entre sus manos alzó un aparato metálico, como una ganzúa y me jalo mi pobre y moribundo molar -!ah!- me retorcí.
-¿duele? Preguntó.
¿duele? Pensé. -!si duele!, duele pensar que me van desmantelando de a poco, como a un coche en un deshuesadero. Es que nunca va a volver, esa pobre muela, producto de mi irresponsabilidad, no va a volver. ¿cuando van a dejar de sacarme cosas del cuerpo?
Cambió de instrumento, ahora esa pinza gigante como la que tenía mi papá para aflojar las tuercas del refrigerador...de pronto el crujido de la carne que se desprende-!mmmmm!
-¿quiere descansar?. Alce su mano izquierda si quiere que me detenga.
ya era tarde, no podía hacer que se detuviera; uno a otro comenzaron a alternarse los instrumentos, el crujido constante adentro de la cabeza, y los minutos que pasaban y la muela que se resistía.
¡despréndete de una puta vez! Pensé.
y entonces la epifanía, las voces de los amigos “hay que desprenderse para que pasé el dolor”.
Lo entendí todo, a eso se referían, déjala ir, ¡suéltala!
¿era la muela la concreción del desprendimiento?
Porque a mi todo lo demás me parecía absurdo, las conversaciones, las ideas, !tantas teorías que nadie practica! ¡tantas buenas ideas para vivir mejor!, pero ahí estaba, sucedía, sin quererlo yo debía desprenderme de mi muela aunque no lo deseara.
-señorita, deje de hacer fuerza- dijo el dentista frente a la posición retorcida que yo adoptaba sobre la silla; las manos en absoluta tensión sobre las rodillas, el cuerpo replegado hacia el centro, la mirada de animal atropellado, y las ilusas lágrimas que a esas alturas me empapaban el cuello de la camisa.
-el que tiene que hacer fuerza soy yo- agregó en tono jocoso, frente a la escena absurda que estaba observando.
-¡me estoy desprendiendo!- quise decirle, con la mirada, por supuesto. -lo he comprendido todo-
quise decirle- pero vi la tensión en su antebrazo. El tiempo se detuvo un segundo, y como en cámara lenta, percibí el último golpe que infringía a mi molar. El ultimo tronido. La despedida. Lenta y dolorosa como deben ser las despedidas.
Todo terminó, sacó la blanca y accidentada muela de mi boca, sustituyéndola por un miserable algodón.
-¡aquí está!. Terminamos.
-tome- me entregó un pedazo de servilleta. -para que se seque las lágrimas-
la tomé avergonzada, y sin quererlo dejé escapar un pequeño gemido infantil, generado por la certeza de que nadie me iba a comprar un helado a la salida del dentista.
-¿llora porque le dolió o porque es artista?- agregó el dentista en tono de broma.
Respondí con una mueca que pretendía ser sarcástica.
-¿se la quiere llevar?-
¡“¿se la quiere llevar?”! ¿¡como!?, si llevo cuarenta minutos desprendiéndome de ella.
¡No me la van a cambiar por dinero! ¿de que habla?- pensé con la indignación que da la experiencia, con la ira propia de la sabiduría adquirida. Yo se desprenderme.
Me paré de la silla, mareada, adolorida, con el cachete derecho de la cara embarrado de sangre, el maquillaje corrido y el pelo hecho un desastre, pero con dignidad.
-Gracias- dije. Y lo dije de manera profunda. “Gracias”, resonó en la sala, mientras me alejaba tambaleante hacia la puerta.
Me detuve antes de cruzar el umbral-¿y si me hubiese arriesgado? ¿si no hubiese seguido la sugerencia del doctor? ¿si hubiese conservado mi muela? ¿si hubiese luchado por ella?...ese último pensamiento me llevó a retroceder en mis pasos, y al volver la vista hacia la silla de tortura solo pude ver a chica de la limpieza que retiraba los instrumentos y ordenaba el lugar de la masacre; llevaba delantal blanco y en los oídos un par de audífonos. Tarareaba en silencio alguna canción alegre, eso se notaba por los gestos movedizos de su cara.
Entonces tomó mi muela, ese pedazo de mi, con sus manos vestidas en guates de látex, y sosteniéndola entre dos dedos, la dejó caer lentamente en el bote de los desechos peligrosos.
jueves, 29 de mayo de 2014
Nina simone
No es de usted de quien huyo
Usted es solo una excusa
Para escuchar a Nina Simone
Y beber brandy.
No, nunca ha sido usted.
Usted es solo una justificación
Para andar triste por la vida
Y que suene lógico
Hasta noble
Hasta dulce.
No, no es usted lo que me quema
Lo que me hace bailar sola.
Usted es solo una letra bonita
Usted es solo una pequeña tarde
De sol y frutas
Usted es un intervalo
Entre un miedo y otro
Usted es una visita sorpresa
Después de que se cayó un tenedor.
De usted solo queda el detalle de su
barba
Muy poco para ser algo.
Las cartas de amor que pueda recibir
No son para usted
No debe contestar ninguna
Están mal rotuladas
Equivocadas
Con faltas de ortografía espantosas
No abra las cartas
Lancelas al rio
Son para los ahogados
Para los suicidas
Para que ellos se coman los beso.
Recuerde mi amargura
No se olvide que así soy
Como una línea negra que atraviesa
la tarde
Y traigo lluvia los domingos
Y emborracho la ciudad
No se trata de su pelo
De su risa,
Se trata de los ahogados
Y su ausencia
Se trata de las marcas en la cuidad
De los baches en el recorrido
Recuerde que beso amargo
Que lloro por las mañanas
Y que no es usted quien me desvela
Sino el brandy
Y Nina
Olvídelo todo
Que yo estoy a punto de lloverme.
martes, 27 de mayo de 2014
Ver pasar la vida como una película
Estoy sentada frente a
la ventana en ese lugar común de mirar hacia atrás, unas semanas,
unos meses. Ese lugar donde se mira como espectador la propia vida,
como una película que protagonizamos o no protagonizamos...la cosas
es que estamos viejos; así me digo cuando sumo el tiempo pasado.
Entonces abro la bolsa de pasitas con chocolate, otra ridiculez
infantil.
¿Será que toda la
vida miraremos así? ¿O es solo la desazón que aparece cuando las
cosas cambian? ¿Cambiar? ¿Algo cambia realmente?¿O resulta que
todo cambia y uno permanece inmóvil? Como dijo Teillier “Si el
mismo camino que sube es el que baja lo
mejor es mirarlo
inmóvil desde una
ventana”
o será que cuando
estamos viviendo, viviendo de verdad, no esperando, evaluando sino
viviendo no tenemos ventana suficiente para ver pasar las cosas...
Mirar la vida que pasó
como una película es como una queja contra la nada, que ejercicio
mas absurdo. Es el anzuelo justo para la nostalgia y la melancolía,
ese aderezo que le ponemos al sentido de existir. Ese juego infantil
que es como recoger las conchitas que tiró la ola, para hacer
collares, pequeños monumentos del pasado, esa constatación de que
realmente pasó...que hubo tiempos mejores.
Sin embargo sonreímos,
sonrío, ante el accidente de lo que se recuerda, cuando el
pensamiento da una curva inesperada y nos pone frente a las cosas que
alegran y se meten ahí a espantar las imágenes que traemos por la
obligación de la tristeza.
Lo cierto es que no
podemos detener el rodaje, la película sigue mientras pretendemos
observarla.
viernes, 16 de mayo de 2014
Juguemos a que vivimos
Cerré
los ojos, para que ya se fuera el día, espanté de la cabeza un
montón de pensamientos e imágenes que no me dejaban diluirlo, que
no dejaban que la noche trajera el alivio que trae el sueño.
Llegué
entonces al lugar privilegiado de la nostalgia: la infancia con su
color de sol y los juegos, ¡sobre todo los juegos!
Esas
horas en que me probaba a mi misma, horas largas en que me encerraba
en el closet para ver cuanto tiempo podía resistir en la oscuridad,
o cuando camina entre los techos que unían las casas y saltaba de
vuelta a la tierra mientras me repetía en la cabeza “si puedo”.
Como aquella vez que salté de un lado al otro de la piscina, con la
misma máxima en la cabeza, y me rompí el mentón ante la vista de
todos los niños de la cuadra.
Siempre
temía llegar a mi casa lastimada, pero no lastimarme, eso no me
importaba demasiado, me importaba llegar mas lejos en las hazañas
infantiles, sobre todo porque era niña y quería ser igual de
valiente que Ellos.
Cuando era niña no
dudaba de nada de lo que quería, esa sensación de poder llegar
donde quisiera, hacer lo que quisiera. Eso es para mi la libertad.
En un cuaderno
anaranjado, de 500 hojas, escribía todas las noches. Cuentos sobre
payasos, sobre elefantes y algunos garabatos a los que llamaba
“poesía”. En ese momento pensaba que si quería ser escritora
tenía mucho tiempo. El plan era escribir todos los días, sin falta,
de manera que cuando fuera grande me habría convertido en una
escritora de verdad, naturalmente, porque pensaba que la constancia
me pondría en el lugar donde quería estar. Después probé con la
pintura al oleo. Mi madre me llevaba a la casa de una señora, los
jueves en la tarde a tomar clases. Yo tenía 11 años y pinté hasta
los 18. Me di cuenta entonces que solo bastaba disfrutarlo, que no
era demasiado buena, pero que pintar hacía que todo lo que me
inquietaba en la adolescencia se suavizara. Después vino la
fotografía, la guitarra, el acordeón y finalmente el teatro, donde
quise quedarme como quien encuentra donde está su casa.
Cuando pienso en jugar
llego hasta ahí. Después vino la vida, con su gravedad, con su
constante validación, como si hubiese que justificar cada paso que
se da, sin poder lanzarse al vacío solo porque uno puede. Y que ya
no hay tiempo, que estamos en riesgo de perder lo poco que
acumulamos. Yo quisiera ponerme a jugar con ésta realidad mía y ver
cuanto tiempo puedo resistir fuera de ella. Pero a eso lo llaman
locura y se remedia con esas citas al psiquiatra que tanto dinero nos
cuestan. Por eso me voy al teatro, por eso escribo estas hojas que
son un salvavidas o un pasaje de regreso a ese país de sol, donde
por un instante puedo sentir el viento frío de Santiago, y el olor
de la comida que cocinaba mi papá y los llantos de mi hermana. Y hoy
quiero quedarme ahí, subirme al techo, cerrar los ojos, y dejarme
caer pensando que “si puedo”.
No dejaré que me
quiten el juego, si a eso vine a la vida.
No me crean nada, no me
tomen en serio porque yo no hago nada mas que jugar...
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